EL club de las mujeres

 

 

Un día, estas jóvenes decidieron romper de tajo con el rol de sumisión que juega la mayoría de las adolescentes en los barrios bravos del país. Optaron por dejar de ser “las viejas de la banda y para la banda”. Ahora integran la única pandilla de mujeres en Latinoamérica, de acuerdo con los especialistas. Desde hace 12 años, 60 jóvenes de 15 a 21 años conforman la Porra Femenil Vallejo, en el Distrito Federal. Día Siete estuvo en sus entrañas.

TEXTO: SHAILA ROSAGEL

Enciende su cigarrillo. Su mirada analiza, infiere, desnuda, atraviesa los modos para descubrir las intenciones. Cautelosa, habla solo cuando se le pregunta algo. Sus respuestas parcas reflejan desconfianza, un carácter distante o, como ella dice, “antisocial”. Es la líder de la única pandilla integrada por mujeres en México y en Latinoamérica.

Su forje es el más fuerte de todas, con 1.73 metros de estatura y complexión gruesa. Tez blanca, cubierta de una melena rubia cenizo y bajo enormes pestañas se esconden un par de ojos grandes color café oscuro. No usa maquillaje y tiene en las mejillas un rubor natural.

Se trata de “La Abe”, la actual líder de 21 años de  la Porra Femenil Vallejo (PFV), inscrita en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), la cual surgió con cinco integrantes hace 12 años, para actualmente reclutar a 60 jovencitas de entre 15 y 21 años.

Estas mujeres rompen los esquemas del rol femenino dentro de cualquier pandilla, según uno de los expertos más reconocidos en Latinoamérica en el tema.

“Me llama demasiado la atención que sean sólo mujeres. No es común la existencia de grupos de sólo mujeres, no hay en ningún país. El problema es que hace falta trabajo de género, la presencia de las mujeres es muy poco estudiada en todos los niveles”, explica con asombro Carlos Mario Perea Restrepo, investigador colombiano especialista en el tema de Maras y pandillas que realiza diagnósticos en México en colaboración con el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).

El investigador, quien ha recorrido distintos países de América Latina, como Guatemala, México y Colombia, señala que la presencia de la mujer en las pandillas es más baja que la de los hombres y poco estudiada. Estriba en un 20 por ciento y, en el caso de la PFV, es aún más llamativa. Emerge dentro de una institución, pero tiene todo tipo de redes con el exterior. Con códigos similares a una pandilla de hombres.

“Hay historias de bandas de mujeres pero tienen un comportamiento que aparecen y desaparecen, esto no tiene nada de constante”.

En México a diferencia de países como Guatemala, las pandillas son distintas. Están más ligadas a bandas del crimen organizado. Carecen de una identidad que las define perfectamente como el caso de la Mara Salvatrucha, explica.

En la PFV sus integrantes dejaron atrás el rol de novia del pandillero, la chava que se droga, que acompaña al hombre a las fiestas, cocina y se aleja del ruedo cuando empiezan las peleas. Con esta modalidad de pandilla la mujer “banda” dejó atrás el viejo concepto de “las viejas de la banda y para la banda”.

Se convirtieron en un grupo de mujeres “porras” o “pandilleras” totalmente autónomas. Cumplen roles similares a un hombre en una banda: utilizar la violencia como mecanismo de defensa de territorio, decidir y liderar. La PFV puede ser incluso una nueva forma de existir de la mujer pandillera. Una totalmente independiente.

Y La Abe lo sabe. Responsable del rumbo de 60 jovencitas está consciente del peligro que conlleva su papel. Se trata de una pandilla que no sólo opera en el CCH. También en las calles.

“Yo no quiero tener una muerte ridícula, que vayas por la calle y te atropellen o algo así. Es una muerte sin sentido. Si voy a tener una muerte violenta, quiero que sea porque alguien ya no pudo conmigo y me tuvo que quitar de en medio; prefiero eso a morir sin chiste”.

Para llegar  al grado que ocupa La Abe, debió algún día recibir una buena dote de tablazos en las nalgas hasta quedar amoratada (novatada de rigor para todas las nuevas), “romper varias madres” y demostrar una lealtad genuina a la “banda”.

“No soy muy buena para hablar y cuando tengo que dar la cara por mis chavas, la doy, ahí estoy. En esto te las tienes que ganar, porque al principio me vieron como una imposición. Luego vieron que estoy con ellas. Todos los días vengo al CCH a verlas y si hay una bronca me llaman y ahí estoy”.

En alguna ocasión defendió su territorio frente a una pandilla originaria de Tepito (El CCH Vallejo se encuentra ubicado al noroeste del Distrito Federal, en la delegación Gustavo A. Madero). Ahí La Abe demostró que tomó el rol que antiguamente sólo correspondía a los hombres dentro de una pandilla.

Se paró frente aquel grupo de hombres y mujeres armados con “fierros” (pistolas) y a puño cerrado encabezó una pelea campal.

“Esa vez me pusieron a pelear con una mujer de esa pandilla. Los hombres le gritaban que usara el fierro, pero la chava se rifó conmigo a puro golpe, pues  yo no traía arma”, narra La Abe, mientras muestra la cicatriz en la sien originada por tremenda pedrada que recibió en aquella pelea.

De alto riesgo

La Abe está inscrita en el CCH. No entra a clases. Acude a la institución por las tardes para arreglar asuntos. Sobre “romper madres”, las nuevas alineadas (reclutadas), noticias importantes de la organización de la alianza (la Tres de Marzo), fiestas, chupe, reventón. También sobre los problemas que las aquejan, sean estos familiares, sentimentales o económicos.

Algunas integrantes de la PFV expresan: “La PFV es mi vida, ellas no son mis amigas, son mis hermanas, mi familia”; “Aquí encuentro lo que no hay en mi casa”; “La PFV vale la pena intentarlo, porque encuentras una familia”; “Aquí nosotras decidimos qué hacer, no somos las novias dé, no servimos a los chavos de la Tres de Marzo, tomamos nuestras decisiones”.

Ellas saben que la pandilla va más allá de las fronteras de una institución, incide en las calles. La Abe se encuentra incluso amenazada de muerte por el líder de una pandilla de la colonia Panamericana, donde se ubica el CCH Vallejo.

“Andan tras mi cabeza, estoy amenazada. Sí, de muerte. Tiene tiempo vigilándome a mí y a mis chavas. Un día se me acercó y me mostró videos de ellas robando y me dijo que era la prueba de que robaban y que tenía que pagarle mil 500 pesos a la semana para dejarlas operar en el barrio”.

La líder está consciente que si no entra al juego del chantaje, el precio puede ser alto… “Le dije que no voy extorsionar a mis chavas para darle dinero a él. Que haga lo que quiera. Me amenazó con golpearlas y asaltarlas. Se dio cuenta que las quiero y me agarró la medida. Yo le dije que lo haga. Mis chavas le aguantarán una o dos veces, después ellas también les van  a dar una madriza”.

Hija de familia

La madre de la líder de las porras es mamá soltera, pues el padre abandonó el hogar hace unos años. La Abe se crió en el Distrito Federal, en el mercado Martín Carrera, ayudando desde muy niña. “Recuerdo cuando la mandaba con una cubeta por los refrescos. Ahí venía bien chiquita arrastrándola, tenía como cuatro años”, recuerda su madre.

Al mercado Martín Carrera todos los sábados y domingos acude con la madre a vender carnitas de puerco y chicharrón. Ese día se levanta muy temprano para preparar las salsas, luego de que sea ella quien vaya al rastro a recoger el cerdo en canal.

“Yo admiro mucho a mi mamá, porque es muy trabajadora. Frente a ella no fumo, trato que no se de cuenta a qué hora llego de la calle”, indica La Abe a manera de susurro. Su madre está cerca atendiendo a unos comensales que llegaron al puesto.

En el mercado la joven usa un delantal percudido por la grasa. Debajo porta pantalones camuflados y  zapato estilo bota. Sobre su cabeza, una gorra que le cubre parte del rostro. Asegura que su madre ve en ella sólo a la muchacha que le ayuda en el puesto. Para ella vicios, pandilla, banda y vagancia son sinónimos de andar de “cabrona”.

Mientras La Abe relata que está amenazada de muerte, la madre se esmera en mantener limpio su puesto de carnitas y asegura que ese trabajo es pesado incluso para un hombre. Una labor difícil que resulta agotadora. “Hacer el chicharrón, trabajar el cuero del animal no es cualquier cosa, se necesita mucha fuerza”.

La fundadora

La Mega ya no es la misma joven de 16 años que un  día fundó a la PFV. Hoy cuenta con 29 años. Casada, con dos hijos. Pero ella acepta que mantiene una “doble vida”. El lazo con su “banda” continúa tan vivo como en un principio.

La mujer lidera desde afuera a las integrantes de la PFV. Ella dispone quién es la líder adecuada para dirigirlas y las jóvenes le deben respeto. Por ella son capaces de hacer cualquier cosa.

En apariencia La Mega pasa inadvertida. Viste y calza con discreción y su maquillaje más bien corresponde a un estilo conservador.

“Nosotros somos las únicas mujeres que nos paramos y hablamos en una junta. El resto de las chavas pertenecen, las mueven los güeyes. A diferencia de la PFV la mueven las mujeres y ningún dirigente está por encima de nosotras. Ningún  hombre nos mueve, ni nos grita, ni nos ningunea”.

La Mega confiesa  que actualmente el rol de la mujer dentro de las bandas de hombres, sigue siendo de subordinación.

“El rol de la mujer en la banda es subordinado. La PFV te puedo decir que es la única banda diferente y a mí me dicen, ‘tus viejas te siguen al infierno’. En las bandas de hombres  hay chavas que se juntan con ellos, ellas son las novias dé”.

La mujer sugiere que este tipo de bandas de porros, insertos dentro de una institución como el CCH Vallejo, nacen con la finalidad de grupos de choque.

“Los porros nacieron como un grupo de choque. En la actualidad nos siguen utilizando. Vienen partidos políticos, te ofrecen hasta lo que no para que los apoyes, cuando consiguen lo que quieren, no cumplen. A los porros todo el mundo les hace el feo, pero todos se sirven de ellos. Incluso el nuevo rector de la UNAM nos llamó para que se viera que los estudiantes le daban el apoyo. Ahora que está sentado ahí, nos desprecia”.

Para la  fundadora de la PFV está claro: liderar personas representa poder.

El territorio

Para ingresar al plantel CCH Vallejo las PFV se las ingenian.

La cuestión es conseguir una credencial. Puede ser robada o prestada, pero siempre hay una disponible.

Ahí adentro, el ambiente entre las bandas, la lucha de poder y defensa del territorio se respira.

“No podemos pasar por ahí, porque ahí están los de CGH (Consejo General de Huelga). Esos no nos quieren, pero aquí en el plantel tienen su cubículo y toda la cosa”, señala La Pequitas, una integrante de la PFV.

Las peleas por la defensa del territorio son campales.

“La Boom” (integrante) resguarda videos en su celular con algunas “pruebas” de esas peleas donde se vale de todo, menos que les quiten su Jersey (camiseta que las caracteriza).

El Jersey sólo lo utilizan en la calle, fuera de las instalaciones. Dentro del CCH, la PFV y el resto de las bandas de  porros son clandestinos.

“Si nos preguntan si somos porros, tenemos que decir que no. Cuando entran los nuevos, las autoridades de la escuela les dan todo un discurso de que no deben juntarse con nosotros”, dice La Pequitas.

La PFV no sólo se reúne dentro del plantel. Eligen lugares, antros, billares donde son ampliamente reconocidos.

Uno de los preferidos es un billar ubicado a 15 minutos de las instalaciones del CCH.

Ahí se reúnen, beben cerveza, fuman cigarrillos, discuten a quién hay que pegarle y temas trascendentales tanto para la PFV como para la alianza Tres de Marzo.

A la entrada del billar, justo al subir las escaleras, hay un letrero que dice:

“En este lugar no se permite la utilización del Jersey”.

Un caso de estudio

Las pandillas se prestan poco para que la mujer sea protagonista. “La pandilla es masculina, sus códigos, sus procedimientos. La pandilla está cifrada con código de la fuerza. Suele suceder que las mujeres participen de tres maneras dentro de una pandilla: una es totalmente subordinadas, otra como novias y la tercera cuando la mujer se convierte en auténtica pandillera. Esos casos son muy contados”, asegura el investigador Carlos Perea Restrepo.

Para el especialista, esta pandilla ubicada en el Distrito Federal, representa la cuarta opción. Una historia atractiva, seductora y propia de iniciar una serie de investigaciones académicas en torno de ella, opina.

“Esta es una cosa al margen. Tiene toda clase de redes con lo institucional. Una identidad en la medida en que se inscribe en el CCH. Es una manera de tener algo que les dé piso. Esto es como la cuarta posibilidad de la mujer dentro de una pandilla. Esto es muy sorprendente, yo no tenía noticias de eso. Tiene características muy singulares”.

Distinta y atractiva, existe. México la tiene. Una nueva generación de la mujer en una pandilla. La pandilla de la mujer. Definida o no como tal. Reconocida o no. Existen, son 60. Están palpables y aunque con recelo, dejan entrar a conocer un poco sobre ellas, desde sus entrañas.

RECUADRO:

Pandillas invisibles

México carece de datos exactos sobre la cantidad de mujeres que hay en las pandillas. Ni siquiera se distingue una pandilla de una banda delictiva. No existe un consenso sobre a qué llamarle pandilla.

Carmen Segura Rangel, presidenta de la Comisión de Seguridad de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, subraya que en Ciudad de México y en general en el país, el tratamiento legal para estas agrupaciones es asistemático.

Como un ejemplo de ello, la diputada resalta que en el Distrito Federal existen 351 pandillas y bandas, pero no están diferenciadas. Es decir según el Código Penal del Distrito Federal existen tres figuras: la pandilla, la asociación delictuosa y la delincuencia organizada.

“La definición para una pandilla, según el artículo 252, establece que es pandilla cuando se comete un delito en común por tres o más personas que se reúnen de manera habitual o ocasionalmente sin estar organizados por fines de lucro”.

Carlos Mario Perea, en sus investigaciones en México sobre el tema de pandillas, también encontró que existe una gran cantidad de agrupaciones que son consideradas pandilla.

“El pandillerismo está tipificado en el Código Penal. Le hicimos un seguimiento muy minucioso en los registros sobre datos de pandillerismo y el registro es totalmente asistemático. Cambia de un Estado a otro en lo que se deduce como pandillerismo. El pandillerismo es una realidad que no tiene identidad y reconocimiento”.

(Día Siete No. 441, domingo 7 de febrero de 2009)

PalabraSerrana

1 comentario

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Una respuesta a “EL club de las mujeres

  1. maria tapia

    pues la verdad ami me gusto mucho, ya que yo pertenesco a la «pfv» desde hace un año
    y como dicen ahi encontramos algo mas que amigas
    encontramos hermanaas

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